10 mayo 2011

... llego Marta

Y ahí estábamos, la enfermera detrás mío diciéndome que ahora me ataba la camisa (eso sería si me pillaba) y yo a toda prisa llegando donde estaba Tere. Había un batallón de mujeres, no sabría decir cuántas eran enfermeras, matronas, o figurantes que pasaban por allí. Pero todas estaban alrededor del potro donde tenían a Tere.

Cuando llegue me puse a su derecha. Bueno, más que ponerme, me dejaron caer en el único hueco que quedaba libre. Tere tenía la cara cansada, estaba sudada, pero la matrona le animaba diciéndole que era el último empujón, que ya estaba casi fuera. Al escuchar que decía eso, me asome para ver si se veía a Marta, y para mi sorpresa, ahí estaba una pequeña parte de su cabecita. Las cosas sucedieron muy rápido, dos empujones más y con un poco de ayuda de una enfermera que se puso al lado de Tere para hacer presión en el abdomen, salió la cabeza de Marta. La giraron con cuidado y con un empujón más ya estaba fuera. Inmediatamente después de que sacaran a Marta, la posaron en el pecho de Tere, aún con el cordón umbilical y llena de restos del líquido amniótico. Tere la abrazo, le toco las manitas, le miraba la carita, todo ello mientras una enfermera la limpiaba un poco. Yo me quede como atontado mirando a las dos y soltando mis lagrimitas. Una vez le cortaron el cordón umbilical, se llevaron a la peque para acabar de limpiarla y comprobar que todo estaba bien, a Tere le hicieron empujar varias veces más para acabar de sacar la placenta. Una imagen que aún ronda en mi mente cada vez que voy a la carnicería. Y después le pusieron varios puntos. En ese momento la matrona me dijo que sería mejor que no lo viera, ya que esa imagen podía luego causarme algún trastorno… Aunque después me toco limpiar los puntos durante unas semanas.

Una vez ya limpia y toda tapada, como estaban con Tere aún cosiendole los puntos, me dieron a Marta para que la cogiera en brazos. En mi brazo me sobraba sitio de lo chiquitina que era, también es verdad que yo soy muy grande, pero una enfermera me llamo la atención de que cogiera a la niña con los dos brazos por muy grande que fuera. Y allí estaba ella, arropadita, en mis brazos, meneando las manitas, con los ojos medio abiertos, con el pelo rubio y la cabecita tan redonda. Le puse un dedo en su mano para ver si lo cogía, y me empecé a fijar en lo largos que tenía los dedos, y lo arrugaditos que los tenía. Una vez la matrona acabo, me dijo que le enseñara a Marta, y mirándonos a mí y a Tere, se volvió a Tere y le dijo “Con lo que ha costado y resulta que se parece al padre, ¿de verdad que no quieres que la volvamos a meter dentro?” De todas las matronas que me podían tocar, y me toca una con el mismo humor que yo.

La enfermera que se había llevado a Marta antes de irse nos dijo que media 47 cm y pesaba 2,740 kg. Aprovechando que ya había acabado la matrona, le intentamos dar el pecho, y para sorpresa nuestra se en gancho muy rápido. Y cuando nos quisimos dar cuenta, allí estábamos los tres solos, esperando a que llegara la celadora para acompañarnos a la habitación. Los papis como embobados, viendo a la peque como mamaba. A Tere le cambio totalmente la cara, estaba serena, tranquila, relajada, como si hubiera descansado durante un día entero. Y en cambio, allí estaba yo, con el mini traje verde sin enganchar, con tres gorros y con toda la cara sudada.

Cuando vino la celadora, salimos por el mismo sitio que había entrado, pero para mi sorpresa, me di cuenta de cosas de las cuales hubiera sido mejor no darme cuenta. Como por ejemplo el motivo por el cual no nos dejaban entrar a los maridos a la zona donde estaban las parturientas, y es porque estaban todas juntas y varias de ellas con las piernas abiertas y bastantes dilatadas, puedo asegurarlo, ya que lo vi de frente. Más tarde mis familiares me dijeron que salí con la cara descompuesta, estaba preparado para ver a una mujer de parto, pero no a tantas y a la vez. Al traspasar la puerta saltó una docena de personas encima de nosotros y unos cuantos flashes, me sentí como un famoso que salía de cenar en un restaurante y lo pillaban por sorpresa, ya que me había olvidado totalmente de lo que me esperaba fuera. Y cuando pudimos entrar en el ascensor escuche una voz que decía “se dirigen a la habitación, vamos allí”. Empecé a tener miedo. 

Cuando llegamos a la habitación no había nadie y estábamos solos. Tere estaba peor que yo, aunque su cara mostraba lo contrario, ya que se había tirado con pequeñas contracciones desde el sábado, sin dormir desde el domingo y hospitalizada unas veintiséis horas. Así que conforme llegaban a la habitación los iba tirando con la excusa de que las chicas necesitaban descansar y queríamos continuar dándole pecho a Marta. Pero en una hora vinieron nuestros nuevos compañeros de habitación, los cuales nos acompañaron durante todo lo que quedo de estancia en el hospital, que aún fueron tres días más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario