29 junio 2011

Los primeros días

La verdad es que pasado ya un tiempo (10 meses) se me hace difícil recordar estos momentos, de ahí que intente recordarlos y escribirlos, ya que algún día espero traumatizar a mi hija con la lectura de todo lo referente a ella. 

Los días en el hospital se hicieron un poco eternos, ya que teníamos ganas de estar en casa con Marta y aún pasaron tres días hasta que le dieron el alta a Tere. Fueron muchas visitas las que recibíamos, por suerte la gran mayoría fueron escaladas. Me sorprendió y alegro la visita de tres compañeros de trabajo (Alberto, Chema e Higinio), en el cual se me acaba el contrato el lunes. Pero esa era una preocupación, en esos momentos, muy pequeña, ya que toda mi atención y alegría estaba centrada en Marta y Tere.

Cuando estuvimos en casa se nos pasaron todos los males de estar en el hospital. La verdad es que lo afrontamos bastante bien el estar solos con Marta en casa. Aunque la madre de Tere ayudo estando en casa durante un tiempo, por lo menos en lo que repercutía a la limpieza de la casa.
Esas primeras semanas, lo que más recuerdo en estos momentos, es la acidez de estómago que me producía el despertarme cada tres horas. No es que tuviera que darle el pecho yo, pero como Tere los primeros días aún se resentía de los puntos y yo no tenía otra preocupación que cuidar de las dos, no me costaba mucho cambiarla y acercarle a Marta. Nos recomendaron que como había nacido con menos de tres kilos había que darle un poco de empujón para que aumentara un poco de peso, y tenía que comer cada tres horas. Por el día ella sola pedía, no hacía falta controlar la toma. Pero por las noches nos despertábamos cada tres horas para darle el pecho, ya que muchas veces Marta prefería dormir. Y quién no.

En los primeros días también recordaba muy a menudo la frase de la matrona cuando estaba naciendo Marta: “No mires ahora que estoy cosiendo y esto os suele traumatizar a los hombres”. Y el limpiarle los puntos y verlo todo inflamado no traumatiza ¿no? 

Pero toda preocupación se iba cuando la veías pequeñita en tus brazos moviéndose como a cámara lenta, intentando abrir los ojos, y hacerse hueco en la vida cotidiana. O la satisfacción que te daba el bañarla despacito, con cuidado de no dañarle el cordón umbilical, o de que le molestara el agua en la carita.

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