Pasadas las navidades con la familia, los niños, los regalos, las comidas copiosas, llegamos al día 27. Un día a partir de hoy muy especial. ¿Por qué un día especial? Porque han venido unos señores a mi casa con sacos y no son los Reyes Magos, ni una convención de Hombres del Saco, son los de la mudanza de mis padres. Cuando los vi estuve por darles un par de besos a cada uno, pero me contuve, por si se arrepentían y se iban sin llevarse a mis padres. Ya tengo la casa vacía, menos mi estudio y el armario de mi cuarto. No tengo cama, ni la tendré hasta dentro de unos días, que espero que sean pocos. Es lo malo de ser alto y necesitar una cama de 2 metros, que no tienen en stock, y tienen que pedirlo adrede.
Aun así, esta noche la hemos pasado en nuestra casa. Tere y yo. ¿Sin cama?... Sin cama. Mi armario tiene una de esas cama de hace 30 años que se abre el armario y sale la cama, pero ahí es incomodo dormir, así que cogimos el colchón, si es que se le puede llamar colchón, porque es de espuma. Yo creo que el que invento el colchón de espuma, dijo: “Voy a inventar algo, que parezca cómodo, pero cuando la gente lo gaste se de cuenta de que es como si estuviera durmiendo encima del somier”. Pues lo dicho, cuatro mantas mal puestas encima de un colchón de menos de 70 cm, para Tere, y un sofa de 2 asientos (yo ocupo unos 3 y medio tumbado) para mí. La verdad es que he dormido a gusto y todo. Me empieza a doler a estas horas de la mañana un poco la espalda, pero como ya dormir en mi casa, como que se puede soportar.
Pues nada, empieza mi vida de independencia dependiente, ya que no tengo lavadora, ni nevera, ni cama. Así que, a comer a casa de los padres, a lavar la ropa a casa de los padres, y adormir…. En mi casa, aunque sea en el suelo.